Primer Capítulo
QUÉ ES LA FELICIDAD?
La felicidad no tiene nada que ver con el triunfo; la felicidad no tiene nada
que ver con la ambición; la felicidad no tiene nada que ver con el dinero, ni
el poder ni el prestigio. La felicidad está relacionada con tu consciencia, no
con tu carácter.
Depende de ti
¿QUÉ ES LA FELICIDAD? Depende de ti, de tu estado de consciencia o
inconsciencia, de si estás dormido o despierto. Murphy tiene una famosa frase.
Dice que existen dos tipos de personas: las que siempre dividen a la humanidad
en dos tipos y las que no dividen en absoluto a la humanidad. Yo formo parte del
primer tipo: la humanidad puede dividirse en dos tipos, los que duermen y los
que están despiertos y, por supuesto, un pequeño grupo entre medias.
La felicidad dependerá de dónde estés en tu consciencia. Si estás dormido, el
placer es la felicidad. El placer significa la sensación, intentar alcanzar por
mediación del cuerpo algo que no se puede alcanzar por mediación del cuerpo,
obligar al cuerpo a alcanzar algo de lo que no es capaz. Las personas intentan,
por todos los medios posibles, alcanzar la felicidad por mediación del cuerpo.
El cuerpo solo puede proporcionar placeres pasajeros, y cada placer se equilibra
con el dolor, en el mismo grado, en la misma medida. A cada placer le sigue lo
opuesto, porque el cuerpo existe en el mundo de la dualidad, igual que la noche
sigue al día y la vida sigue a la muerte y la muerte sigue a la vida, en un
círculo vicioso. Al placer lo seguirá el dolor, y al dolor lo seguirá el placer.
Pero nunca estarás tranquilo. Cuando te encuentres en un estado de placer
tendrás miedo de perderlo, y ese miedo lo emponzoñará. Y, naturalmente, cuando
estés perdido en medio del dolor, sufrirás y harás todos los esfuerzos posibles
para salir de él, y volverás a caer en lo mismo.
Buda lo llama la rueda del nacimiento y de la muerte. Nosotros nos movemos con
esa rueda, aferrados a ella... y la rue-da continúa moviéndose. A veces se
presenta el placer y otras veces se presenta el dolor, pero estamos aplastados
entre esas dos rocas.
Pero la persona adormilada no conoce nada más. Solo conoce unas cuantas
sensaciones del cuerpo: la comida, el sexo... Ese es su mundo. Si reprime el
sexo se hace adicta a la comida; si reprime la comida se hace adicta al sexo. La
energía se mueve como un péndulo. Y lo que se llama placer es, como mucho,
simple alivio de un estado de tensión.
La energía sexual se recoge, se acumula; te pones tenso y deseas relajar esa
tensión. Para quien está dormido, el sexo no es sino un alivio, como un buen
estornudo. No produce más que cierto alivio: había tensión, y ha desaparecido.
Pero vol-verá a acumularse. La comida solo te proporciona cierto gusto en la
lengua; no es mucho por lo que vivir. Pero muchas personas viven únicamente para
comer; pocas personas comen para vivir.
La historia de Colón es muy conocida. Fue un largo viaje. No vieron sino agua
durante tres meses. Un día, Colón miró al horizonte y vio árboles. Si pensáis en
lo contento que se puso al ver árboles, imaginaos cómo se puso su perro.
Ese es el mundo del placer. Al perro se le puede perdonar, pero a ti no.
En su primera cita, un chico, pensando en alguna forma de divertirse, le
preguntó a la chica si quería ir a jugar a los bolos. Ella contestó que no le
gustaban los bolos. Después el chico propuso que fueran a ver una película, pero
ella contestó que no le gustaba el cine. Mientras intentaba pensar en otra cosa
le ofreció un cigarrillo, que la chica rechazó. Después le preguntó si quería ir
a bailar y tomar copas a la nueva discoteca. Ella volvió a rechazar la
propuesta, diciendo que no le gustaban esas
cosas.
Desesperado, le preguntó si quería ir a su apartamento a pasar la noche haciendo
el amor. Para su sorpresa, la chica accedió de buena gana, lo besó
apasionadamente y dijo: «¿Lo ves? No hacen falta esas cosas para divertirse».
Lo que llamamos «felicidad» depende de la persona. Para la persona dormida, las
sensaciones placenteras son la felicidad. La persona dormida vive cambiando de
un placer a otro. Se precipita de una sensación a otra. Vive para las pequeñas
emociones; lleva una vida muy superficial. No tiene profundidad, no tiene
calidad. Vive en el mundo de la cantidad.
También hay personas que están entre medias, ni dormidas ni despiertas, que
viven en un limbo, un poquito dormidas y un poquito despiertas. A veces se puede
tener esa experiencia a primera hora de la mañana: todavía adormilado, pero sin
que puedas decir que estás dormido porque oyes los ruidos de la casa, a tu
pareja preparando el café, el ruido de la cafetera o de los niños preparándose
para el colegio. Oyes todo eso, pero aún no estás despierto. Esos ruidos te
llegan vagamente, débiles, como si hubiera una gran distancia entre tú y lo que
ocurre a tu alrededor. Tienes la sensación de que forma parte de un sueño. No
forma parte de un sueño, pero tú te encuentras en un estado intermedio.
Lo mismo ocurre cuando empiezas a meditar. Quien no medita duerme, sueña; quien
medita empieza a alejarse del sueño y a dirigirse al despertar, en un estado
transitorio. Entonces la felicidad tiene un sentido completamente distinto:
tiene más de calidad y menos de cantidad; es algo más psicológico, menos
fisiológico. Quien medita disfruta más de la música, disfruta más de la poesía,
disfruta creando algo. Esas personas disfrutan de la naturaleza, de su belleza.
Disfrutan del silencio, disfrutan de lo que nunca habían disfrutado antes, y eso
es mucho más duradero. Incluso si se para la música, algo persiste.
Y no es un alivio. La diferencia entre el placer y esta clase de felicidad
consiste en que no es un alivio, sino un enriquecimiento. Te sientes más pleno,
empiezas a desbordarte. Al escuchar buena música, algo estalla en tu ser, surge
una armonía en ti: te haces música. O, al bailar, de pronto te olvidas de tu
cuerpo; tu cuerpo es ingrávido. La gravedad pierde su poder sobre ti. De repente
te encuentras en otro espacio: el ego no es tan sólido, el bailarín se funde y
se fusiona con la danza.
Esto es mucho más elevado, mucho más profundo que el placer que se obtiene de la
comida o del sexo. Esto es algo profundo, pero no lo supremo. Lo supremo solo
ocurre cuando estás plenamente despierto, cuando eres un Buda, cuando ha
desaparecido todo el sueño, cuando todo tu ser está lleno de luz, cuando no hay
oscuridad en tu interior. Toda la oscuridad ha desaparecido y, junto con la
oscuridad, el ego. Han desaparecido todas las tensiones, las angustias, las
ansias. Te encuentras en un estado de absoluta satisfacción. Vives en el
presente; se acabaron el pasado y el futuro. Estás por completo aquí. Este
momento lo es todo. Ahora es el único tiempo y aquí es el único espacio. Y de
repente el cielo desciende sobre ti. Eso es la dicha. Eso es la verdadera
felicidad.
Busca la dicha; es tu derecho inalienable. No sigas perdido en la jungla de los
placeres; elévate un poco. Ve en busca de la felicidad y después de la dicha. El
placer es animal; la felicidad es humana; la dicha, divina. El placer te ata, es
una esclavitud, te encadena. La felicidad te afloja un poco la cuerda, te da un
poco de libertad, pero solo un poco. La dicha es la libertad absoluta. Empiezas
a avanzar hacia arriba; te da alas. Dejas de formar parte de la grosera tierra;
pasas a formar parte del cielo. Te conviertes en luz, en alegría.
El placer depende de los demás. La felicidad no depende de otros, pero de todos
modos es algo distinto de ti. La dicha no depende de nada, ni es nada distinto
de ti; es tu ser mismo, es tu naturaleza misma.
Buda Gautama dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero
para poseer lo segundo».
Medita sobre esto lo más profundamente posible, porque contiene una de las
verdades más fundamentales. Hay que comprender estas cuatro palabras,
reflexionar sobre ellas. La primera es placer, la segunda, felicidad, la
tercera, alegría, y la cuarta es dicha.
El placer es algo físico, fisiológico. El placer es lo superficial de la vida,
la excitación. Puede ser sexual o de otros sentidos; puede convertirse en
obsesión con la comida, pero está arraigado en el cuerpo. El cuerpo es tu
periferia, tu circunferencia, no tu centro. Y vivir en la circunferencia
significa vivir a merced de toda clase de cosas que suceden a tu alrededor.
Quien busque el placer quedará a merced de la casualidad. Ocurre como con las
olas del mar: están a merced de los vientos. Cuando soplan vientos fuertes,
aparecen las olas; cuando desaparecen los vientos, desaparecen las olas. No
tienen una existencia independiente, son dependientes, y todo lo que depende de
algo exterior supone esclavitud.
El placer depende del otro. Si amas a una mujer, si ese es tu placer, esa mujer
se convierte en tu dueña. Si amas a un hombre, si ese es tu placer y te sientes
desgraciada y desesperada sin él, has creado tu propia esclavitud. Has creado
una prisión; ya no eres libre. Si vas en pos del dinero y del poder, dependerás
del dinero y del poder. Quien se dedica a acumular dinero, si su placer consiste
en tener cada día más dinero, será cada día desgraciado, porque cuanto más
tiene, más quiere, y cuanto más tiene, más miedo tiene de perderlo.
Es una espada de doble filo: querer más es el primer filo de la espada. Cuanto
más exiges, cuanto más deseas, cuanto más sientes que te falta algo, más vacío y
hueco te sientes. Y el otro filo de la espada es que cuanto más tienes, más
temes que te lo quiten. Te lo pueden robar. El banco puede ir a la bancarrota,
puede cambiar la situación política del país, hacerse comunista... Hay mil cosas
de las que depende tu dinero. Tu dinero no te hace amo, sino esclavo.
El placer es algo periférico; por consiguiente, te hará depender de las
circunstancias externas. Y es simple excitación. Si la comida es un placer, ¿de
qué se disfruta realmente? Solo del gusto... y eso unos momentos, cuando la
comida llega a las papilas gustativas y notas una sensación que interpretas como
placer. Es una interpretación tuya. Hoy puede parecerte un placer y mañana no.
Si sigues comiendo la misma cantidad todos los días, las papilas gustativas
dejarán de responder a la comida, y dentro de poco estarás harto.
Así es como nos hartamos de las cosas: un día corres tras un hombre o una mujer
y al día siguiente intentas encontrar excusas para librarte de esa persona. Es
la misma persona; nada ha cambiado. ¿Qué ha pasado entretanto? Te has aburrido
del otro, porque el placer consistía en explorar lo nuevo. Resulta que el otro
ya no es nuevo; ya te has familiarizado con su territorio. Te has familiarizado
con el cuerpo del otro, con las curvas de su cuerpo, con la sensación que te
produce su cuerpo.
Y la mente ansía algo nuevo.
La mente siempre ansía algo nuevo. Así es como la mente te mantiene siempre
atado a algo futuro. Te mantiene en un es-tado de espera, pero nunca te lleva
los productos, porque no puede. Solo puede crear nuevas esperanzas, nuevos
deseos.
Las hojas crecen en los árboles del mismo modo que los deseos y las esperanzas
crecen en la mente. Querías una casa nueva y ya la tienes; ¿dónde está el
placer? La disfrutaste unos momentos, cuando conseguiste tu objetivo. Una vez
conseguido a la mente deja de interesarle y ya ha empezado a tender nuevas
telarañas de deseo. Ya ha empezado a pensar en otras casas, más grandes. Y eso
es lo que pasa con todo.
El placer te crea un estado de deseo permanente, de inquietud, una agitación
continua. Hay múltiples deseos, todos y cada uno de ellos insaciables, que
reclaman toda tu atención. Te conviertes en víctima de una multitud de deseos
enloquecedores —enloquecedores porque no se pueden cumplir—, que te
llevan de acá para allá. Tú mismo te conviertes en una contradicción. Un deseo
te lleva hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y alimentas ambos deseos al
mismo tiempo. Y entonces te sientes dividido, escindido, desgarrado. Te sientes
hecho pedazos. Nadie sino tú es responsable; es la estupidez del deseo de placer
lo que crea esta situación.
Y es un fenómeno complejo. No eres tú el único que busca el placer; millones de
personas buscan los mismos placeres. Por eso existe una gran lucha, la
competición, la violencia, la guerra. Todos son enemigos entre sí, porque todos
tienen el mismo objetivo y no todos pueden conseguirlo. De ahí que la lucha sea
tremenda, porque hay que arriesgarlo todo, y por nada, ya que, cuando ganas, no
ganas nada. Malgastas tu vida entera en esa lucha. Una vida que podría haber
sido una fiesta se convierte en una lucha prolongada, inútil.
Cuando vas buscando el placer no puedes amar, porque la persona que va buscando
el placer utiliza al otro como medio. Y utilizar al otro como medio es una de
las acciones más inmorales, porque cada ser es un fin en sí mismo, y no un
medio. Pero cuando buscas el placer tienes que utilizar al otro como medio. Te
haces astuto, porque la lucha es tremenda. Si no eres astuto te engañarán, y
antes de que los demás te engañen, tú tienes que engañarlos a ellos.
Ya advertía Maquiavelo a los buscadores del placer que la mejor forma de defensa
es el ataque. No hay que esperar a que el otro ataque; podría ser demasiado
tarde. Antes de eso, atácalo tú. Esa es la mejor forma de defensa. Y es un
consejo que se sigue, tanto si se conoce a Maquiavelo como si no.
Es muy extraño. La gente conoce a Jesucristo, a Buda, a Mahoma, a Krisna, pero
nadie los sigue. La gente no sabe gran cosa de Maquiavelo, pero a él sí lo
siguen, como si tuviera mucha importancia para ellos. No hace falta que lo
leáis; simplemente lo seguís. Vuestra sociedad está basada en los principios
maquiavélicos; en eso consiste el juego político. Antes de que alguien te quite
algo, quítaselo tú. Tienes que estar siempre en guardia. Naturalmente, si estás
siempre en guardia, te sentirás tenso, angustiado, preocupado. Todo el mundo
está en tu contra y tú estás en contra de todo el mundo.
De modo que el placer no es ni puede ser la meta de la vida.
La segunda palabra que hay que comprender es la felicidad. El placer es algo
fisiológico; la felicidad es algo psicológico. La felicidad es un poco mejor,
algo un poco más refinado, un poco más elevado... pero no muy distinto del
placer. Podría decirse que el placer es una clase más baja de felicidad y que la
felicidad es una clase más elevada de placer: las dos caras de la misma moneda.
El placer es un poco primitivo, animal; la felicidad es un poco más refinada, un
poco más humana, pero es el mismo juego que se juega en el mundo de la mente. No
te preocupas tanto de las sensaciones fisiológicas como de las sensaciones
psicológicas, pero no existe diferencia en lo fundamental.
La tercera es la alegría: la alegría es algo espiritual. Es algo distinto,
completamente distinto del placer y de la felicidad. No tiene nada que ver con
lo externo, con el otro; es un fenómeno interno. La alegría no depende de las
circunstancias; es algo tuyo. No es una excitación producida por las cosas; se
trata de un estado de paz, de silencio, un estado meditativo. Es espiritual.
Pero Buda tampoco habla de la alegría, porque existe otra cosa que va más allá
de la alegría. Él lo llama dicha. La dicha es algo absoluto. No es algo
fisiológico, ni psicológico ni espiritual. No sabe de divisiones; es
indivisible. Es absoluta en un sentido y trascendente en otro. Buda solo emplea
dos palabras en esta frase. La primera es el placer, que incluye la felicidad.
La segunda es la dicha, que incluye la alegría.
La dicha significa alcanzar el núcleo más profundo de tu ser. Se encuentra en
las profundidades últimas de tu ser, donde ni siquiera el ego existe, donde
reina el silencio: tú has desaparecido. En la alegría existes un poco, pero en
la dicha dejas de existir. Se ha disuelto el ego; es un estado de no ser.
Buda lo llama nirvana. El nirvana significa dejar de ser, ser un vacío infinito
como el cielo. Y en el momento en que eres el infinito, te inundas de estrellas
e inicias una vida completamente nueva. Renaces.
El placer es algo momentáneo, algo que pertenece a la esfera del tiempo, es algo
«de momento». La dicha es intemporal, atemporal. El placer comienza y termina;
la dicha ni va ni viene: está ya en el núcleo más profundo de tu ser. El placer
hay que arrancárselo a otro: o eres mendigo o eres ladrón. La dicha te hace el
amo.
La dicha no es algo que te inventas, sino algo que descubres. La dicha es tu
naturaleza más íntima. Estaba allí desde el principio, pero tú no te habías
fijado. No te has dado cuenta porque no miras hacia dentro.
Esa es la única desgracia del ser humano, que solo mira hacia fuera, siempre en
busca y en pos de algo. Y no se puede encontrar en el exterior porque no está
allí.
Una tarde, Rabiya —una famosa mística sufí— estaba buscando algo en la calle,
junto a su pequeña choza. Se estaba poniendo el sol y la oscuridad descendía
poco a poco. La gente fue congregándose, y le preguntaron:
—¿Qué haces? ¿Qué se te ha perdido? ¿Qué estás buscando?
Ella contestó:
—Se me ha perdido la aguja.
La gente dijo:
—Se está poniendo el sol y va a resultar muy difícil encontrar la aguja, pero
vamos a ayudarte. ¿Dónde se te ha caído exactamente? Porque la calle es grande y
la aguja pequeña. Si sabemos exactamente dónde se ha caído resultará más fácil
encontrarla.
Rabiya contestó:
—Más vale que no me preguntéis eso, porque en realidad no se ha caído en la
calle, sino en mi casa.
La gente se echó a reír y dijo:
—¡Ya sabíamos que estabas un poco loca! Si la aguja se ha caído en tu casa, ¿por
qué la estamos buscando en la calle?
Rabiya replicó:
—Por una razón tan sencilla como lógica: en la casa no hay luz y en la calle aún
queda un poco de luz.
La gente volvió a reírse y se dispersaron. Rabiya los llamó y dijo:
—¡Escuchadme! Eso es lo que hacéis vosotros. Yo me limitaba a seguir vuestro
ejemplo. Os empeñáis en buscar la dicha en el mundo exterior sin plantear la
pregunta fundamental: «¿Dónde la has perdido?». Y yo os digo que la habéis
perdido dentro. La buscáis fuera por la sencilla y lógica razón de que vuestros
sentidos están abiertos hacia el exterior: hay un poco más de luz. Vuestros ojos
miran hacia fuera, vuestros oídos escuchan hacia fuera, vuestras manos se
tienden hacia fuera; por eso estáis buscando fuera. Por lo demás os aseguro que
no la habéis perdido ahí, y lo digo por experiencia propia. Yo también he
buscado fuera durante muchas, muchas vidas, y el día que miré dentro me llevé
una sorpresa. No hacía falta buscar y registrar; siempre había estado dentro.
La dicha es tu núcleo más íntimo. El placer se lo tienes que pedir a otros, y
naturalmente te haces dependiente. La dicha te hace el amo. La dicha no es algo
que te ocurre; ya está ahí.
Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para
poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete hacia
tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu subjetividad. La
dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra parte; es tu
consciencia.
En Oriente siempre hemos definido la verdad suprema como Sat-Chit-Anand. Sat
significa ‘verdad’, chit significa ‘consciencia’, y anand, ‘dicha’. Son tres
aspectos de la misma realidad. Es la auténtica Trinidad, no Dios Padre, Dios
Hijo, Jesucristo, y el Espíritu Santo; esa no es la verdadera Trinidad. La
verdadera Trinidad es la verdad, la consciencia y la dicha. Y no son fenómenos
distintos, sino una sola energía que se expresa de tres maneras, una energía con
tres aspectos. De ahí que en Oriente digamos que Dios es trimurti, que tiene
tres rostros. Esos son los verdaderos rostros, no Brama, Visnú y Mahesh, el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; esos nombres son para principiantes.
Verdad, consciencia, dicha: esas son las verdades absolutas. En primer lugar
llega la verdad. En cuanto entras en ella, tomas conciencia de tu realidad
eterna: el sat, la verdad. Al profundizar en tu realidad, en tu verdad, te darás
cuenta de la consciencia, de una increíble consciencia. Todo es luz, nada es
oscuridad. Todo es consciencia, nada inconsciencia. Eres simplemente una llama
de la consciencia, sin siquiera una sombra de inconsciencia por ninguna parte. Y
cuando profundizas aún más, el núcleo definitivo es la dicha, anand.
Buda dice: «Renuncia a todo lo que hasta ahora has considerado importante,
significativo». Sacrifícalo todo para ese absoluto porque es lo único que te
satisfará, que te llenará, que llevará la primavera a tu ser... y estallarás en
miles de flores.
El placer te hará ir a la deriva. El placer te hará más astuto, pero no te
proporcionará sabiduría. Te hará cada día más esclavo; no te proporcionará el
reino de tu ser. Te hará cada día más calculador, te hará una persona más
aprovechada. Te hará cada día más político, más diplomático. Empezarás a
utilizar a las personas como medios. Eso es lo que hace la gente.
El marido le dice a la esposa: «Te quiero», pero en realidad simplemente la está
utilizando. La esposa dice que quiere al marido, pero simplemente lo está
utilizando. El marido puede estar utilizándola como objeto sexual y la esposa
utilizándolo como seguridad económica. El placer hace a todos astutos, taimados.
Y ser astuto supone perderse la dicha de ser inocente, perderse la dicha de ser
niño.
En Lockheed necesitaban una pieza para un avión nuevo y enviaron un comunicado a
todo el mundo para ver quién presentaba la mejor oferta. De Polonia les llegó
una oferta de tres mil dólares. Inglaterra se ofrecía a construir la pieza por
seis mil dólares. Israel pedía nueve mil. Richardson, el ingeniero encargado de
la construcción del nuevo avión, pensó que lo mejor era ir a cada uno de los
países para averiguar el porqué de la disparidad de precios. El fabricante de
Polonia le dijo: «Mil para los materiales, mil para la mano de obra, y mil para
los gastos indirectos y unos pequeños beneficios».
En Inglaterra, Richardson revisó la pieza y descubrió que era casi tan buena
como la fabricada en Polonia. Preguntó: «¿Por qué piden seis mil dólares?». El
inglés se lo explicó: «Dos mil para los materiales, otros dos mil para la mano
de obra y otros dos mil para los gastos y un pequeño beneficio».
En Israel, el representante de Lockheed tuvo que llegar hasta un callejón en el
que había una pequeña tienda, donde vio a un viejecillo, el que había presentado
la oferta de nueve mil dólares.
—¿Por qué pide tanto? —le preguntó.
—A ver —dijo el viejo judío—. Tres mil para usted, tres mil para mí y tres mil
para los gilipollas de Polonia.
El dinero, el poder, el prestigio: todo eso contribuye a hacerte astuto. Busca
el placer y perderás la inocencia, y perder la inocencia significa perderlo
todo. Esto dice Jesucristo: sé como un niño, y solo así entrarás en el Reino de
Dios. Y tiene razón. Pero quien anda en busca del placer no puede ser inocente
como un niño. Tienes que ser muy listo, muy astuto, con mucha política; solo así
puedes vencer en la competición a muerte que hay en todas partes. Todo el mundo
está a la greña con todo el mundo, no vives entre amigos. El mundo no puede ser
amable a menos que dejemos esa idea de la competitividad.
Pero desde el principio inculcamos al niño el veneno de la competitividad.
Cuando acabe la universidad estará totalmente envenenado. Lo hemos hipnotizado
con la idea de que tiene que luchar contra los demás, de que la vida es la
supervivencia de los más aptos. Así la vida no puede ser una fiesta.
Si eres feliz a costa de la felicidad de otro... Y así es como puedes ser feliz;
no hay otra manera. Si conoces a una mujer hermosa y consigues poseerla, se la
habrás arrebatado a otro. Intentamos que las cosas parezcan lo más bonitas
posible, pero eso es solo en la superficie. Los que han perdido en el juego se
enfadarán, se pondrán furiosos. Esperarán una oportunidad para vengarse, y esa
oportunidad se les presentará tarde o temprano.
Lo que posees en este mundo lo posees a costa de alguien, a costa del placer de
otro. No hay otra manera. Si de verdad no deseas enemistarte con nadie en el
mundo, debes abandonar la idea de la posesión. Utiliza lo que tengas a tu lado
en el momento, pero no seas posesivo. No intentes reclamar que es tuyo. No hay
nada que sea tuyo; todo pertenece a la existencia.