TONY DE MELLO
Extracto 1º del libro "Una llamada al amor"
Meditación
12
"Cuando
des
limosna,
que
no
sepa
tu
mano
izquierda
lo
que
hace
tu
derecha"
(Mt
6.3)
Ocurre
con
la
caridad
lo
mismo
que
con
la
felicidad
y
la
santidad:
no
puedes
decir
que
eres
feliz,
porque
dejarás
de
serlo
en
el
momento
en
que
seas
consciente
de
tu
felicidad.
Lo
que
tú
llamas
"experiencia
de
la
felicidad"
no
es
tal,
sino
la
emoción
y
el
estremecimiento
causados
por
una
persona,
una
cosa
o
un
acontecimiento.
La
verdadera
felicidad
es
in-causada.
Eres
feliz
sin
razón
alguna.
Y
la
verdadera
felicidad
no
puede
ser
experimentada.
No
pertenece
al
ámbito
de
la
conciencia,
sino
al
de
la
espontaneidad.
Lo
mismo
puede
decirse
de
la
santidad.
En
el
momento
en
que
seas
consciente
de
tu
santidad,
ésta
se
degradará
y
se
convertirá
en
santurronería.
Una
buena
acción
nunca
es
tan
buena
como
cuando
no
tienes
conciencia
de
que
lo
sea,
cuando
estás
tan
enamorado
de
la
acción
que
no
eres
consciente
de
su
bondad
y
su
virtud;
cuando
tu
mano
izquierda
no
tiene
ni
idea
de
que
tu
mano
derecha
esté
haciendo
algo
bueno
o
meritorio;
cuando,
simplemente,
lo
haces
porque
te
parece
lo
más
natural
y
espontáneo
del
mundo.
Emplea
algún
tiempo
en
tomar
conciencia
de
que
toda
la
virtud
que
puedas
observar
en
ti
no
es
virtud
en
absoluto,
sino
algo
que
has
cultivado,
producido
y
hecho
madurar
en
ti
de
manera
artificial.
Si
fuera
auténtica
virtud,
la
habrías
tenido
siempre
y
plenamente,
y
te
resultaría
tan
natural
que
ni
siquiera
se
te
ocurriría
pensar
en
ella
como
en
una
virtud.
De
manera
que
la
primera
cualidad
de
la
santidad
es
su
carácter
espontáneo.
La
segunda
cualidad
es
su
facilidad,
o
no
necesidad
de
realizar
esfuerzo
alguno.
El
esfuerzo
puede
modificar
el
comportamiento,
pero
no
puede
modificarte
a
ti.
Fíjate
bien:
el
esfuerzo
puede
acercar
el
alimento
a
tu
boca,
pero
no
puede
producir
el
apetito;
puede
hacer
que
te
quedes
en
la
cama,
pero
no
puede
producir
el
sueño;
puede
hacerte
revelar
un
secreto
a
otra
persona,
pero
no
puede
producir
la
confianza;
puede
obligarte
a
hacer
un
cumplido,
pero
no
puede
producir
la
verdadera
admiración;
puede
realizar
actos
de
servicio,
pero
no
puede
producir
el
amor
o
la
santidad.
Lo
más
que
puedes
conseguir
a
base
de
esfuerzo
es
represión
no
verdadero
cambio
y
crecimiento.
El
cambio
es
fruto
únicamente
del
conocimiento
y
la
comprensión.
Comprende
tu
infelicidad.
y
ésta
desaparecerá
y
dará
paso
al
estado
de
felicidad.
Comprende
tu
orgullo,
y
éste
se
vendrá
abajo
y
se
transformará
en
humildad.
Comprende
tus
temores,
y
éstos
se
disolverán,
y
el
estado
resultante
será
el
amor.
Comprende
tus
apegos,
y
éstos
se
desvanecerán,
y
la
consecuencia
será
la
libertad.
El
amor,
la
libertad
y
la
felicidad
no
son
cosas
que
tú
puedas
cultivar
y
producir.
Ni
siquiera
puedes
saber
en
qué
consisten.
Lo
más
que
puedes
hacer
es
observar
sus
contrarios
y,
mediante
la
observación,
hacer
que
éstos
desaparezcan.
Hay
una
tercera
cualidad
de
la
santidad:
no
puede
ser
deseada.
Si
deseas
la
felicidad,
estarás
ansioso
por
obtenerla
y
te
sentirás
constantemente
insatisfecho;
y
la
insatisfacción
y
la
ansiedad
matan
la
misma
felicidad
que
pretenden
conseguir.
Si
deseas
para
ti
la
santidad,
estarás
alimentando
la
misma
ansia
y
ambición
que
te
hacen
ser
tan
egoísta,
tan
engreído
y
tan
impío.
Hay
algo
que
debes
comprender:
existen
dentro
de
ti
dos
distintos
"motores"
para
el
cambio.
Uno
de
ellos
es
la
astucia
de
tu
propio
ego,
que
te
incita
a
hacer
esfuerzos
para
ser
distinto
de
lo
que
se
supone
que
debes
ser,
de
modo
que
dicho
ego
pueda
reforzarse
y
autoensalzarse.
El
otro
"motor"
es
la
sabiduría
de
la
naturaleza,
gracias
a
la
cual
te
haces
consciente
y
capaz
de
comprender.
Eso
es
todo
cuanto
tú
haces:
dejar
el
cambio
-el
tipo,
la
modalidad
concreta,
la
velocidad
y
la
oportunidad
del
cambio-
en
manos
de
la
realidad
y
de
la
naturaleza.
El
ego
es
un
estupendo
técnico.
Eso
sí,
no
es
creativo.
Lo
que
hace
es
coleccionar
métodos
y
técnicas
y
"producir"
personas
supuestamente
santas:
personas
rígidas,
consecuentes,
"mecánicas"
y
faltas
de
vida,
tan
intolerantes
para
con
los
demás
como
para
consigo
mismas;
personas
violentas,
que
son
lo
más
opuesto
que
pueda
imaginarse
a
la
santidad
y
al
amor;
esa
clase
de
personas
"espirituales"
que,
conscientes
de
su
espiritualidad,
son
capaces
de
crucificar
al
Mesías.
La
naturaleza,
en
cambio,
no
es
técnica,
sino
creativa.
Dejarás
de
ser
un
astuto
técnico
y
pasarás
a
ser
creador
el
día
en
que
domine
en
ti
el
verdadero
abandono,
es
decir,
la
ausencia
de
codicia
ambición,
de
ansiedad
y
de
obsesión
por
el
esfuerzo,
la
ganancia,
el
triunfo
y
el
éxito.
El
día
en
que
no
tengas
más
que
una
profunda,
viva,
penetrante
y
vigilante
conciencia
que
haga
desparecer
de
ti
toda
necedad
y
egoísmo,
todos
tus
apegos
y
tus
miedos.
Los
cambios
que
resulten
no
serán
producto
de
tus
proyectos
y
esfuerzos,
sino
fruto
de
la
naturaleza,
que
desdeña
tus
planes
y
tu
voluntad
y
que,
consiguientemente,
no
da
cabida
a
sentido
alguno
del
mérito
o
del
esfuerzo,
ni
siquiera
al
conocimiento
por
parte
de
tu
mano
izquierda
de
lo
que
la
realidad
está
haciendo
por
medio
de
tu
mano
derecha.
Meditación
13
"Sed
prudentes
como
serpientes
y
sencillos
como
palomas"
(Mt
10.16)
Observa
la
sabiduría
que
se
manifiesta
en
las
palomas,
en
las
flores,
en
los
árboles
y
en
toda
la
naturaleza.
Es
la
misma
sabiduría
que
hace
por
nosotros
lo
que
nuestro
cerebro
es
incapaz
de
hacer:
que
circule
nuestra
sangre,
que
funcione
nuestro
aparato
digestivo,
que
lata
nuestro
corazón,
que
se
dilaten
nuestros
pulmones,
que
se
inmunice
nuestro
organismo
y
que
curen
nuestras
heridas,
mientras
nuestra
mente
consciente
se
ocupa
de
otros
asuntos.
Esta
especie
de
sabiduría
natural
es
algo
que
apenas
estamos
empezando
a
descubrir
en
los
llamados
"pueblos
primitivos",
tan
sencillos
y
sabios
como
las
palomas.
Nosotros,
en
cambio,
que
nos
consideramos
más
avanzados,
hemos
desarrollado
otra
clase
de
sabiduría,
la
astucia
del
cerebro,
porque
hemos
constatado
que
podemos
perfeccionar
la
naturaleza
y
procurarnos
una
seguridad,
una
protección,
una
duración
de
la
vida,
una
velocidad
y
un
bienestar
insospechados
para
los
pueblos
primitivos.
Todo
ello,
gracias
a
un
cerebro
plenamente
desarrollado.
El
desafío
que
se
nos
presenta
consiste,
pues,
en
recobrar
la
sencillez
y
la
sabiduría
de
la
paloma
sin
perder
la
astucia
de
nuestro
cerebro
serpentino.
¿Cómo
podemos
lograrlo?
Comprendiendo
algo
sumamente
importante,
a
saber,
que
siempre
que
nos
esforzamos
por
perfeccionar
la
naturaleza
yendo
contra
ella,
estamos
dañándonos
a
nosotros
mismos,
porque
la
naturaleza
es
nuestro
mismo
ser.
Es
como
si
tu
mano
derecha
luchara
contra
tu
mano
izquierda,
o
tu
pie
derecho
pisara
a
tu
pie
izquierdo:
ambas
manos
o
ambos
pies
saldrían
perdiendo
y,
en
lugar
de
ser
creativo
y
activo
y
eficaz,
te
verías
encerrado
en
un
permanente
conflicto.
Así
es
como
está
la
mayoría
de
las
personas
en
el
mundo.
Échales
un
vistazo:
están
como
muertas,
carentes
de
creatividad,
bloqueadas,
porque
se
hallan
en
conflicto
con
la
naturaleza,
tratando
de
perfeccionarse
a
base
de
ir
contra
las
exigencias
de
la
misma.
En
cualquier
conflicto
entre
la
naturaleza
y
tu
cerebro,
trata
de
apoyar
a
aquélla;
si
la
combates,
acabará
destruyéndote.
El
secreto,
por
lo
tanto,
consiste
en
perfeccionar
la
naturaleza
en
armonía
con
ella.
Pero
¿cómo
puedes
alcanzar
dicha
armonía?
En
primer
lugar,
piensa
en
algún
cambio
que
deseas
realizar
en
tu
vida
o
en
tu
personalidad.
¿Estás
tratando
de
forzar
ese
cambio
en
tu
naturaleza
a
base
de
esfuerzo
y
de
desear
ser
algo
que
tu
ego
ha
proyectado?
He
ahí
la
serpiente
en
pugna
con
la
paloma.
¿O
te
contentas,
por
el
contrario,
con
observar,
comprender
y
ser
consciente
de
tu
situación
y
tus
problemas
actuales,
sin
forzar
las
cosas
que
tu
ego
desea,
dejando
que
la
realidad
efectúe
los
cambios
de
acuerdo
con
los
planes
de
la
naturaleza
y
no
con
tus
propios
planes?
Si
es
así,
entonces
posees
el
perfecto
equilibrio
entre
la
serpiente
y
la
paloma.
Echa,
pues,
un
vistazo
a
algunos
de
esos
problemas
tuyos
y
de
esos
cambios
que
deseas
que
se
produzcan
en
ti,
y
observa
cuál
es
tu
proceder
al
respecto.
Mira
cómo
tratas
de
provocar
el
cambio
-tanto
en
ti
como
en
los
demás-
a
base
de
emplear
el
castigo
y
la
recompensa,
la
disciplina
y
el
control,
la
reprensión
y
la
culpa,
la
codicia
y
el
orgullo,
la
ambición
y
la
vanidad...
en
lugar
de
hacerlo
mediante
la
aceptación
amorosa
y
la
paciencia,
la
comprensión
laboriosa
y
la
conciencia
vigilante.
En
segundo
lugar,
piensa
en
tu
cuerpo
y
compáralo
con
el
de
un
animal
en
su
hábitat
natural.
El
animal
nunca
tiene
exceso
de
peso,
y
sólo
está
en
tensión
antes
de
luchar
o
de
volar.
Jamás
come
ni
bebe
lo
que
no
es
bueno
para
él.
Se
ejercita
y
descansa
cuanto
necesita.
No
se
expone
más
ni
menos
de
lo
debido
a
los
elementos
naturales
(el
viento,
el
sol
y
la
lluvia,
el
frío
y
el
calor).
Y
ello
se
debe
a
que
el
animal
escucha
a
su
propio
cuerpo
y
se
deja
guiar
por
la
sabiduría
del
mismo.
Compáralo
con
tu
estúpida
"astucia".
Si
tu
cuerpo
pudiera
hablar,
¿qué
diría?
Observa
la
codicia,
la
ambición,
la
vanidad
y
el
deseo
de
aparentar
y
de
agradar
a
los
demás
que
te
hacen
ignorar
la
voz
de
tu
propio
cuerpo,
mientras
corres
tras
los
objetivos
que
te
propone
tu
ego.
Verdaderamente,
has
perdido
la
sencillez
de
la
paloma.
En
tercer
lugar,
pregúntate
cuál
es
el
contacto
que
tienes
con
la
naturaleza,
con
los
árboles,
la
tierra,
la
hierba,
el
cielo,
el
viento,
la
lluvia,
el
sol,
las
flores,
las
aves
y
demás
animales...
¿Cuál
es
tu
grado
de
exposición
a
la
naturaleza?
¿Hasta
qué
punto
comulgas
con
ella,
la
observas,
la
contemplas
con
asombro,
te
identificas
con
ella...?
Cuando
tu
cuerpo
está
demasiado
alejado
de
los
elementos,
se
marchita,
se
vuelve
fofo
y
frágil,
porque
ha
quedado
aislado
de
su
fuerza
vital.
Cuando
estás
demasiado
alejado
de
la
naturaleza,
tu
espíritu
se
seca
y
muere,
porque
ha
sido
violentamente
separado
de
sus
raíces.
Meditación
14
"El
Reino
de
los
cielos
sufre
violencia,
y
los
violentos
lo
conquistan"
(Mt
11.12)
Compara
el
sereno
y
sencillo
esplendor
de
una
rosa
con
las
tensiones
y
la
agitación
de
tu
vida.
La
rosa
tiene
un
don
del
que
tú
careces:
está
perfectamente
conforme
con
ser
lo
que
es.
Al
contrario
que
tú,
ella
no
ha
sido
programada
desde
su
nacimiento
para
estar
insatisfecha
consigo
misma,
por
lo
que
no
siente
el
menor
deseo
de
ser
algo
distinto
de
lo
que
es.
Y
por
eso
posee
esa
gracia
natural
y
esa
ausencia
de
conflicto
interno
que,
entre
los
humanos,
sólo
se
dan
en
los
niños
y
en
los
místicos.
Considera
tu
triste
condición:
estás
siempre
insatisfecho
contigo
mismo,
siempre
deseando
cambiar.
Por
eso
estás
lleno
de
una
violencia
y
una
intolerancia
para
contigo
mismo
que
no
hacen
sino
aumentar
a
medida
que
te
esfuerzas
por
cambiar.
Y
por
eso,
cualquier
cambio
que
consigues
efectuar
va
siempre
acompañado
de
un
conflicto
interno.
Y,
además,
sufres
cuando
ves
cómo
otros
consiguen
lo
que
tú
no
has
conseguido
y
logran
ser
lo
que
tú
no
has
logrado.
¿Te
atormentarían
los
celos
y
la
envidia
si,
al
igual
que
la
rosa,
estuvieras
conforme
con
ser
lo
que
eres
y
no
ambicionaras
jamás
ser
lo
que
no
eres?
Pero
resulta
que
te
sientes
impulsado
a
intentar
ser
como
alguna
otra
persona
con
más
conocimientos,
mejor
aspecto
y
más
popularidad
o
éxito
que
tú,
¿no
es
así?
Querrías
ser
más
virtuoso,
más
tierno,
más
dado
a
la
meditación;
querrías
encontrar
a
Dios
y
acercarte
más
a
tus
ideales.
Piensa
en
la
triste
historia
de
tus
intentos
por
mejorar,
que,
o
bien
acabaron
fracasando
estrepitosamente,
o
sólo
tuvieron
éxito
a
costa
de
mucho
esfuerzo
y
mucho
dolor.
Supongamos
por
un
momento
que
has
desistido
de
todo
intento
por
cambiar
y
de
toda
la
consiguiente
insatisfacción
contigo
mismo:
¿estarías
condenado
entonces
a
dormirte
en
los
laureles,
tras
haber
aceptado
pasivamente
todo
cuanto
sucede
en
ti
mismo
y
a
tu
alrededor?
Creo
que,
además
de
las
dos
alternativas
mencionadas
(la
autoagresiva
no-aceptación
de
sí
mismo
y
la
auto-aceptación
pasiva
y
resignada),
hay
una
tercera
alternativa:
la
auto-comprensión,
que
dista
mucho
de
ser
fácil,
porque
el
comprender
lo
que
eres
exige
una
completa
libertad
respecto
de
todo
deseo
de
transformarte
en
algo
distinto
de
lo
que
eres.
Podrás
comprobarlo
si
comparas,
por
una
parte,
la
actitud
de
un
científico
que
estudia
el
comportamiento
de
las
hormigas
sin
la
menor
intención
de
modificarlo
y,
por
otra,
la
actitud
de
un
domador
de
perros
que
estudia
el
comportamiento
de
uno
de
ellos
en
orden
a
hacerle
aprender
una
cosa
determinada.
Si
lo
que
tú
intentas
no
es
efectuar
en
ti
ningún
cambio,
sino
únicamente
observarte
a
ti
mismo
y
estudiar
tus
reacciones
para
con
las
personas
y
las
cosas,
sin
emitir
ningún
tipo
de
juicio
o
condena
y
sin
deseo
alguno
de
reformarte,
entonces
tu
observación
será
una
observación
no
selectiva,
una
observación
global
y
jamás
aferrada
a
conclusiones
rígidas,
sino
siempre
abierta
y
constantemente
nueva.
Entonces
comprobarás
que
algo
maravilloso
ocurre
en
tu
interior:
te
veras
inundado
por
la
luz
del
conocimiento
y
te
sentirás
transparente
y
transformado.
¿Se
producirá
entonces
el
cambio?
Por
supuesto
que
sí,
y
no
sólo
en
ti,
sino
también
en
el
ambiente
que
te
rodea.
Pero
el
cambio
no
se
deberá
a
tu
astuto
e
impaciente
ego,
que
está
siempre
compitiendo,
comparando,
forzando,
sermoneando
y
manipulando
con
su
intolerancia
y
sus
ambiciones,
por
lo
que
está
siempre
también
creando
tensión
y
conflicto
entre
ti
y
la
naturaleza,
en
un
proceso
tan
agotador
y
contraproducente
como
conducir
un
auto
con
el
freno
echado.
No,
la
luz
transformadora
del
conocimiento
prescinde
totalmente
de
tu
egoísta
e
intrigante
ego
y
da
rienda
suelta
a
la
naturaleza
para
que
ésta
produzca
el
mismo
cambio
que
produce
en
la
rosa,
tan
natural,
tan
grácil,
tan
espontánea,
tan
sana,
tan
ajena
a
todo
conflicto
interno...
Y
como
todo
cambio
es
violento,
también
la
naturaleza
será
violenta.
Pero
lo
maravilloso
de
la
violencia
de
la
naturaleza,
a
diferencia
de
la
violencia
del
ego,
es
que
no
proviene
de
la
intolerancia,
el
odio
y
la
animadversión.
No
hay
ira
ni
rabia
en
la
riada
que
lo
arrasa
todo,
ni
en
el
pez
que
devora
a
sus
crías
obedeciendo
a
unas
leyes
ecológicas
que
desconocemos,
ni
en
las
células
del
cuerpo
que
se
destruyen
unas
a
otras
en
interés
de
un
bien
superior.
Cuando
la
naturaleza
destruye,
no
lo
hace
por
ambición,
codicia
o
cosa
parecida,
sino
obedeciendo
a
unas
misteriosas
leyes
que
buscan
el
bien
de
todo
el
universo,
por
encima
de
la
supervivencia
y
el
bienestar
de
alguna
de
sus
partes.
Es
esta
clase
de
violencia
la
que
se
manifiesta
en
los
místicos
que
claman
contra
ideas
y
estructuras
que
se
han
instalado
en
sus
respectivas
culturas
y
sociedades,
cuando
el
conocimiento
más
profundo
de
la
realidad
les
hace
detectar
ciertos
males
que
sus
contemporáneos
son
incapaces
de
ver.
Es
esta
violencia
la
que
permite
a
la
rosa
florecer
frente
a
tantas
fuerzas
hostiles.
Y
ante
esta
misma
violencia,
la
rosa,
al
igual
que
el
místico,
sucumbirá
dulcemente
después
de
haber
abierto
sus
pétalos
al
sol
para
vivir,
con
su
frágil
y
tierna
belleza,
totalmente
despreocupada
de
añadir
un
solo
minuto
a
la
vida
que
le
ha
sido
asignada.
Por
eso
vive
hermosa
y
feliz
como
las
aves
del
cielo
y
los
lirios
del
campo,
sin
rastro
alguno
del
desasosiego
y
la
insatisfacción,
la
envidia,
el
ansia
y
la
competitividad
que
caracterizan
al
mundo
de
los
seres
humanos,
los
cuales
tratan
de
dirigir,
forzar
y
controlar,
en
lugar
de
contentarse
con
florecer
en
el
conocimiento,
dejando
todo
cambio
en
manos
de
la
poderosa
fuerza
de
Dios
que
obra
en
la
naturaleza.
Meditación
15
"Maestro",
le
dijeron,
"sabemos
que
tú
hablas
y
enseñas
con
rectitud
y
que
no
haces
acepción
de
personas"
(Lc
20,21)
Considera
tu
vida
y
comprueba
cómo
has
llenado
su
vacío
a
base
de
personas,
con
lo
cual
les
has
dado
un
absoluto
dominio
sobre
ti.
Fíjate
cómo
ellas,
con
su
aprobación
o
su
desaprobación,
determinan
tu
comportamiento.
Observa
cómo
tienen
el
poder
de
aliviar
tu
soledad
con
su
compañía,
de
levantarte
la
moral
con
sus
elogios,
de
hundirte
en
la
miseria
con
sus
críticas
y
su
rechazo.
Comprueba
cómo
tú
mismo
empleas
la
mayor
parte
del
tiempo
en
tratar
de
aplacar
y
agradar
a
los
demás,
ya
estén
vivos
o
muertos.
Te
riges
por
sus
normas,
te
adaptas
a
sus
criterios,
buscas
su
compañía,
deseas
su
amor,
temes
sus
burlas,
anhelas
su
aplauso,
aceptas
dócilmente
la
culpabilidad
que
descargan
sobre
ti...;
te
horroriza
no
seguir
la
moda
en
la
forma
de
vestir,
de
hablar,
de
actuar
y
hasta
de
pensar...
Observa
también
cómo,
aun
en
el
caso
de
que
tú
los
controles,
dependes
de
los
demás
y
estás
dominado
por
ellos.
De
tal
manera
han
llegado
a
ser
las
personas
parte
de
tu
propio
ser
que
ni
siquiera
te
resulta
imaginable
vivir
sin
sentirte
afectado
o
controlado
por
ellas.
De
hecho,
ellas
mismas
te
han
convencido
de
que,
si
alguna
vez
llegaras
a
independizarte
de
ellas,
te
convertirías
en
una
solitaria,
desierta
e
inhóspita
isla.
Sin
embargo,
es
justamente
todo
lo
contrario,
porque
¿cómo
puedes
amar
a
alguien
de
quien
eres
esclavo?
¿Cómo
puedes
amar
a
una
persona
sin
la
cual
eres
incapaz
de
vivir?
A
lo
más.
podrás
desearla,
necesitarla,
depender
de
ella,
temerla
y
ser
dominado
por
ella.
Pero
el
amor
sólo
puede
darse
en
la
falta
absoluta
de
temor
y
en
la
libertad.
¿Cómo
puedes
alcanzar
esa
libertad?
Efectuando
un
ataque
contra
tu
dependencia
y
tu
esclavitud
en
un
doble
frente.
Ante
todo,
en
el
frente
de
la
conciencia.
Es
casi
imposible
ser
dependiente,
ser
esclavo,
cuando
uno
constata
una
y
otra
vez
el
absurdo
de
su
dependencia.
Pero
la
conciencia
puede
no
ser
suficiente
para
una
persona
"adicta"
a
los
demás.
Por
eso
es
preciso
-y
éste
es
el
segundo
frente-
que
cultives
aquellas
actividades
que
te
gustan.
Debes
descubrir
qué
es
aquello
que
haces,
no
por
la
utilidad
que
te
reporta,
sino
porque
quieres
hacerlo.
Piensa
en
algo
que
te
guste
hacer
por
sí
mismo,
independientemente
de
que
te
salga
bien
o
no,
de
que
te
elogien
o
dejen
de
elogiarte
por
ello,
de
que
te
procure
o
no
el
afecto
y
el
reconocimiento
de
los
demás,
de
que
los
demás
lo
sepan
y
te
lo
agradezcan
o
dejen
de
hacerlo...
¿Cuántas
actividades
hay
en
tu
vida
en
las
que
te
embarcas
simplemente
porque
te
producen
gozo
y
te
atraen
irresistiblemente?
Trata
de
descubrirlas
y
cultívalas,
porque
son
tu
pasaporte
hacia
la
libertad
y
el
amor.
Probablemente,
también
en
esto
te
han
"comido
el
coco"
con
el
siguiente
razonamiento
consumista:
"Disfrutar
de
un
poema
de
un
paisaje
o
de
una
pieza
musical
es
una
pérdida
de
tiempo;
lo
que
debes
hacer
es
producir
tú
mismo
un
poema,
una
composición
musical
o
una
obra
de
arte.
Pero
incluso
el
simple
producir
es
de
escaso
valor
en
sí
mismo;
tu
obra
debe
ser,
además,
conocida.
¿De
qué
vale,
si
nadie
la
conoce?
Más
aún:
aunque
sea
conocida,
no
significa
nada
si
no
se
gana
el
aplauso
y
el
reconocimiento
de
la
gente.
¡Tu
obra
sólo
alcanzará
el
máximo
valor
cuando
sea
popular
y
se
venda!".
Ya
estás
de
nuevo
en
manos
de
los
demás
y
sometido
a
su
control...
Y,
según
ellos,
el
valor
de
una
acción
no
radica
en
que
sea
algo
querido
y
disfrutado
por
sí
mismo,
sino
en
que
tenga
éxito.
El
"camino
real"
hacia
el
misticismo
y
la
realidad
no
pasa
por
el
mundo
de
las
personas,
sino
por
el
mundo
de
las
acciones
emprendidas
por
sí
mismas,
sin
buscar,
ni
siquiera
indirectamente,
el
éxito,
la
ganancia
o
la
utilidad.
Contrariamente
a
lo
que
suele
creerse,
la
terapia
para
la
falta
de
amor
y
la
soledad
no
consiste
en
la
compañía,
sino
en
el
contacto
con
la
realidad.
En
el
momento
en
que
toques
dicha
realidad,
sabrás
lo
que
son
la
libertad
y
el
amor.
La
libertad
respecto
de
las
personas...
y,
consiguientemente,
la
capacidad
de
amarlas.
No
debes
pensar
que,
para
que
el
amor
brote
en
tu
corazón,
tienes
primero
que
conocer
a
las
personas.
Eso
no
sería
amor,
sino
atracción
o
compasión.
Sí
es
amor,
en
cambio,
lo
primero
que
nace
en
el
corazón
al
contacto
con
lo
real.
No
un
amor
por
una
determinada
persona
o
cosa,
sino
la
realidad
del
amor;
una
actitud,
una
disposición
de
amor.
Y
este
amor
irradia
entonces
al
exterior,
hacia
el
mundo
de
las
cosas
y
las
personas.
Si
deseas
que
este
amor
exista
en
tu
vida,
debes
liberarte
de
tu
dependencia
interna
respecto
de
las
personas,
tomando
conciencia
de
ella
y
emprendiendo
actividades
que
te
guste
realizar
por
sí
mismas.