Un ser de espíritu puro sigue los pasos del Maestro, Sri Sarada Devi. Venerada como la Santa Madre, comparte la lila del Maestro durante su vida en la más absoluta discreción y entrega a su servicio. La santidad de esta mujer, que en boca de muchos es la representación del eterno femenino, servirá como inspiración y refugio a millares de personas.
Centenares de hombres y mujeres se acercaron a Dakshineswar en busca de la sabiduría y el refugio del Maestro. Fue a finales de los setenta que Keshab Chandra Sen, líder del conocido movimiento espiritual Brahmo Samaj, escribe un artículo sobre Ramakrishna en la prensa local y lo vuelve conocido en toda Calcuta. A partir de entonces la atracción por el santo crece incesantemente. Personas de todas las clases sociales y niveles de cultura se acercan a él atraídos por su espiritualidad viva. Sri Ramakrishna tiene contacto con las más eminentes personalidades bengalíes de la época, como Devendranath Tagore, Bhankim Chandra Chatterjee o el pandit Vidyasagar entre otros. Es también por entonces que un grupo de jóvenes con la llama espiritual incandescente llegan hasta él. Narendra, futuro Swami Vivekananda, es uno de estos fenómenos espirituales que más tarde propagará el Vedanta en Occidente. El profesor Mahendranath Gupta es testigo de las experiencias y palabras del Maestro en Daksineshwar y las transcribirá años más tarde en esa joya de la literatura bengalí que es el Kathamritam, las palabras de néctar.
Ramakrishna aquejado por
una dolorosa enfermedad, de la que nunca quiso escapar, fue trasladado
el último año de su vida a Cossipore, donde ocupó
una casa un poco más adecuada para sus cuidados. Será en
el jardín de esta casa donde, el primero de enero del 1886, el Maestro
concedió la visión espiritual a todos los que allí
se encontraban. Sri Ramakrishna deja su cuerpo el 16 de agosto de
1886 tras una vida de intensa y espontánea renunciación,
dejándonos una herencia de espiritualidad y una presencia viva.
El mensaje de Sri Ramakrishna es de una sorprendente actualidad y se basa
en el respeto por las creencias ajenas, proclamando que todos los caminos
conducen a Dios y que el propósito de la vida humana no es otro
que el de realizar la Verdad Última.